Un cerebro activo retrasa el envejecimiento mental

martes, 8 de abril de 2014

Según cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE), la esperanza de vida en países como España está aumentando, gracias a los avances en la medicina y a la mayor calidad de vida de la que disponemos, comparados con otros países subdesarrolados. Este hecho, sumado a la disminución de la tasa de natalidad da lugar a una tendencia a la alza en el envejecimiento progresivo de la población. No es extraño, pues, que nos interese cómo podemos afrontar mejor la etapa de la vejez.

Popularmente, existen estereotipos sobre los ancianos, relacionados con la pérdida masiva de funciones y destrezas -intelectuales, motrices, de comunicación y emocionales-, lo que contribuye a una visión negativa sobre éste momento de la vida. No obstante, los estereotipos son generalizaciones que no siempre guardan relación con la realidad de todos a los que aluden (en este caso, los ancianos). La frase “cada persona es un mundo” refleja el concepto de las diferencias individuales (DDII). Y es que, mientras algunas personas comienzan antes el proceso de envejecimiento, otras, en cambio, se mantienen durante más tiempo, y mientras que enfermedades degenerativas como el Alzheimer afectan de forma severa, con un rápido progreso para algunas personas, otras tardan más tiempo en evidenciar sus síntomas y en deteriorarse.

Llegados a este punto nos preguntamos: ¿Qué factores influyen en que unas personas se vean más afectadas que otras al llegar a la tercera edad? Entre todas las variables que intervienen: estilo de vida saludable, alimentación equilibrada o ejercicio regular, nos centraremos en las reservas o recursos de qué dispone el cerebro para usar cuando envejecemos. La denominada reserva cognitiva es la habilidad del cerebro de las personas mayores para hacer frente al deterioro de éste órgano, y está muy ligada al nivel educativo, a la vida laboral y al volumen de actividades de ocio en las que se participa. Por ejemplo, dos personas con Alzheimer con el mismo grado de deterioro cerebral, pueden presentar capacidades intelectuales muy dispares. Aún sin ninguna patología del cerebro, hay personas cuyas funciones decaen muy rápidamente, mientras que otras consiguen mantenerlas asombrosamente frescas.

¿Cómo afecta, pues, la educación o el lugar de trabajo al volumen de reservas cognitivas de una persona? Para comprenderlo, haremos un paralelismo con el funcionamiento de los músculos. Resulta evidente que si uno se mantiene físicamente activo, realizando gimnasia de forma regular, su cuerpo afronta mejor el progresivo deterioro de los músculos asociado a la edad, que aquellos que no hayan realizado este tipo de actividad. Con el cerebro sucede algo similar, delante de la pérdida neuronal y de velocidad de procesamiento progresiva que todos sufrimos al envejecer, aquellos que hayan realizado “gimnasia mental” –mediante una prolongada escolarización, o una ocupación laboral fuente de desafíos cognitivos- conservarán en mayor medida facultades como, por ejemplo, la memoria.

Este trabajo mental es lo que explica que nos encontremos a personas mayores que se muestran plenamente lúcidas (en contra del estereotipo), conservando un gran volumen de conocimiento acumulado, fruto de la experiencia, que algunos denominan sabiduría. Por lo tanto, debemos tener presente que la medida en qué usemos nuestros cerebros a lo largo de la vida, y las experiencias que vivamos pueden ralentizar nuestro envejecimiento mental, mejorar nuestra calidad de vida en esta franja de edad, y en el caso de enfermedades degenerativas (Alzheimer, Parkinson, etc) contribuir a que nos afecten de foma más lenta y leve.

Via cuidatucuerpo.es

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